Hubo un tiempo en que en mi pueblo había pescadores que salían a faenar, por las noches, en su propia barca a motor. Barcas de pequeñas dimensiones, viejas y oxidadas, pintadas y repintadas de diversos colores que solían llevar algún nombre femenino en un lateral de la proa. Con las primeras luces del alba todas regresaban a puerto con más o menos carga. Era una manera como otra de ganarse la vida o de ayudar a la economía doméstica.
Todavía recuerdo los veranos de niña, cuando por las mañanas íbamos hasta la playa con intención de darnos un buen chapuzón y a jugar con todo lo que teníamos a mano. Haciendo hoyos o castillos en la arena, a palas, a saltar olas si la mar estaba picada. Entonces se podía ver dos o tres barcas inertes en la orilla. Si nos acercábamos a ellas se notaba el fuerte y penetrante olor a pescado y salitre que desprendían, el cual se potenciaba por el calor del sol que ya empezaba a calentar sobre nuestras cabezas.
Algunas veces, a primera hora, coincidíamos con algún pescador que recogía las redes en el interior de la barca. La mayoría estaban muy curtidos por el sol. Llevaban camiseta de tirantes e iban con los pantalones arremangados hasta la rodilla. A esas horas ya habían seleccionado la pesca, la cual descansaba en sus correspondientes cajas de madera o plástico a la espera de ser transportada hasta los consumidores o vendida a pie de playa.
Numerosos curiosos, entre ellos los niños, nos agrupábamos alrededor semejante espectáculo tratando de adivinar qué especie de pez, crustáceo, o cefalópodo era cada uno de los bichos que veíamos moverse sin parar en el interior de las cajas. En el Mediterráneo se pescaba, y se pesca (aunque hoy en día en menor medida) calamar, gamba blanca, coquinas, lenguados de playa, pajel, cangrejos... Pero por aquel entonces yo veía algún que otro pececillo imposible identificar. Algunos adultos iban con sus bolsas a comprar pescado a pie de barca. Los mismos pescadores o sus parientes cercanos también vendían el pescado en la calle de puerta a puerta. Para ello se servían de un pequeño y cómodo carro. Las piezas más importantes a menudo ya las tenían apalabradas con el dueño de algún restaurante del vecindario, las cuales pasaban directamente a formar parte del menú del día. A día de hoy todo eso ha desaparecido.
Los niños pescábamos coquinas y cangrejos. Me encantaban las coquinas, todavía me gustan. Es una especie de almeja muy fina de forma alargada. Son de agua poco profunda, con lo cual los niños las podíamos coger con el rastrillo en la misma orilla de la playa. Por lo general las solíamos mantener vivas, en el interior de un cubo con agua de mar, hasta que llegábamos a casa para convertirlas en un rico aperitivo.
Actualmente las pescaderías e hipermercados se abastecen en Mercabarna donde depositan sus mercancías cada día montones de camiones frigorífico con pescado procedente de todas partes del mundo. En el Baix Llobregat también consumimos pescado que viene directamente de la lonja de Vilanova i la Geltrú, puerto situado a escasos 40 minutos de Barcelona capital.
El pescado del Puerto de Vilanova es muy apreciado en toda la Comarca ya no solo por su frescura sino también por su excelente calidad. Todos los días, sobre las siete de la tarde, la gente hace cola en las pescaderías de sus barrios esperando la mercancía fresca de este famoso rincón de la costa mediterránea.
El pescado azul también se da muy bien en el Mediterráneo, sobre todo en el sur de España. En Cataluña destacan por su sabor y finura las anchoas del Golfo de Roses y de L´Escala, así como la sardina de Palamós, de la Costa Brava, muy rica en especies marinas, como podéis ver aquí.
Ya que he mencionado el pescado azul, ¿Qué os parece si preparamos una fritura de pescado empleando unos boquerones bien frescos?
Ingredientes
Boquerones
Harina blanca de trigo o especial para frituras
Sal
Pimienta negra
Aceite de oliva suave
Para la ensalada
Tomates de huerta
Orégano
Ajo
Sal
Aceite de oliva virgen
Paté de olivas (Olivada)
Pan blanco
Después de quitar la cabeza y la tripa, condimentar con sal y pimienta negra. Quedan muy bien si echáis harina en un bote, introducís los boquerones y volteáis para que se impregnen bien de ella. Sacudir el sobrante antes de freír.
No dejéis los boquerones mucho tiempo en la harina, es preferible freír al momento.
Poner al fuego una sartén con aceite de oliva. Cuando esté caliente, pero no humeante, freír los boquerones a tandas, sin cargar mucho la sartén. Dorar por los dos lados y escurrir en un poco de papel de cocina.
Servir inmediatamente.
Como acompañamiento, tomate maduro pelado cortado a dados (podéis quitar las semillas si lo deseáis), condimentado con sal, ajo muy picado, y orégano fresco. Aliñar con aceite de oliva virgen extra.
Servir la ensalada de tomate encima de una rebanada de pan blanco ligeramente tostada. Completar con una cucharada de paté de olivas negras (olivada)
Están riquísimos los boquerones fritos, sobre todo cuando son recién pescados.
ResponderEliminarBesos guapetona.
A mi el pescado tambien me encanta ,como bien dices sera que las personas que vivimos al lado del mar nos "tira " mucho y los boquerones ( aqui los llamamos bocartes ) me los comeria dia si y dia tambien ,son tan ricos
ResponderEliminarbesinos
Qué ricura! Aquí también los hacemos mucho y los tenemos buenísimos aunque los llamamos bocartes. Me ha gustado mucho la historia que cuentas de tu infancia. Así te conocemos un poquito más. Un beso
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